Seguimos para bingo con el asunto de la higiene en el Camino. Hoy toca la higiene personal (e intransferible. De nada sirve ducharse varias veces por encargo de otro u otros peregrino). Esta última consideración es una broma obviamente, pero que nada nos sorprenda ya en el Camino. Sabemos de algún peregrino que planteó al llegar al albergue una reducción de precio si no se duchaba (al final, a base de no usar servicios como el retrete, las lámparas, ventanas, etc, quizás hubiera llegado a recibir dinero por alojarse según su «morrocotudo» criterio).

Parece evidente que con una buena limpieza de albergues, pensiones, hoteles y demás establecimientos y una buena higiene (ducha y lavado de la ropa) de los peregrinos; todo iría sobre ruedas en cuanto a control de plagas (principalmente las temibles chinches) y ambiente a respirar en las habitaciones compartidas. Ya abordamos hace una semana el desatino de las diversas administraciones que no vigilan el estado de ciertos albergues porque previamente no los han regulado convenientemente. Algunos peregrinos incumplen también su parte del, digamos, acuerdo: ducharse y lavar la ropa cuando así sea necesario. Un par de procedimientos de los más simples y rutinarios que por las razones que sean más de uno se los salta a la torera. Como quiera que se observan ciertas diferencias según las nacionalidades, os ofrecemos una reflexión fruto del análisis del comportamiento de muchos miles de peregrinos: el de nacionalidad española al igual que los caminates de origen latino y de influencia mediterranea, tienen clara su prioridad al llegar a su albergue u hotel que no es otra que la de ducharse. Sabe que con toda la pereza producto del cansancio que nos pueda dar, es la mejor forma de recuperarse del esfuerzo ya que posteriormente nos tumbaremos o sentaremos unas horas, lo que le servirá a la musculatura y tendones para relajarse. Sintiéndolo mucho, no vemos la misma disposición a abalanzarse sobre la ducha en otras nacionalidades. Hay un porcentaje mayor de peregrinos que no se duchan y no digamos de los que se duchan pero a las horas de llegar y mientras tanto se «rebozan» con toda la susada que llevan sobre camas, sofás, sillas o tumbonas. Los peregrinos españoles tenemos nuestros buenos defectos (más bullangueros, exigentes, etc) pero también hay que reconocer que somos los más aplicados a la hora de la ducha y como mucho esperamos a tomar una cerveza o comer para asearnos.

Ni que decir tiene que además de fomentar la aparición de ciertos insectos, no ducharse al poco de llegar a nuestro destino implica que desprendamos un desagradable olor que padecerán otros peregrinos y nadie se merece un castigo semejante.

La otra pata sobre la que se sustenta la higiene personal es la de ponernos ropa limpia tras la ducha. Para ello, o bien lavamos diariamente toda la ropa utilizada durante la etapa o la vamos introduciendo en una bolsa bien aislada del resto de contenidos de la mochila.

Con todo este percal no está demás que todos colaboremos (no solo el hospitalero que bastante tiene con su papel de controlador demasiadas veces) y hagamos ver con tacto a quien ya le toca ducharse y hacer la colada que es una de sus pocas obligaciones, que no hay pereza que valga y que es el primer beneficiado si se aplica en el asunto.

Todo lo que hemos explicado en torno a la higiene es de una evidencia supina y casi nos produce sonrojo plantearlo en estos artículos de Pilgrino, pero este nuevo Camino que nos toca vivir en los últimos años es lo que tiene, que hay que aclararlo todo.

Seguro que además os apetece aportar más sugerencias que pueden ayudar a un Camino más limpio e higiénico.