Project Description

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¡Que ya hemos llegado a Galicia, chavalas y chavales! Y de qué manera, con esfuerzo y puede que mal tiempo. Hay tanto que contar de O’Cebreiro… lo que tengo claro es por donde empezar. Por Elías Valiña, la persona que más ayudado a que el Camino de Santiago se haya popularizado de semejante manera en las últimas décadas. Elías, como sacerdote de la localidad, llevaba años ayudando a los peregrinos que pasaban por O’Cebreiro pero a principios de los años 80 del siglo pasado tuve la ocurrencia y la iluminación de aprovechar la pintura amarilla sobrante de señalizar las carreteras de la zona para indicar con flechas amarillas por dónde debíamos caminar los peregrinos. Una genialidad sin la que no se explica el resurgir del Camino. Hay que recordar que en aquellos años (década de los 80) peregrinaban unos pocos centenares de aventureros en dirección a Santiago y en 2017 alrededor de medio millón de personas ha realizado algún tramo de los distintos Caminos. Posteriormente la Asociación de Amigos del Camino de Gipuzkoa se encargó de señalizar el Camino Francés desde Roncesvalles hasta Galicia. Una labor impagable de aquellos voluntarios, no siempre suficientemente reconocida. Además de inventar la flecha amarilla que debería ser objeto de estudio en todas las escuelas de márketing, Elías, con ayuda de familiares delimitó el itinerario del Camino Francés en Galicia ya que era muy confuso y provocaba algo de rechazo entre algunos lugareños por transitar cerca o por algunas de las que consideraban sus tierras. Los restos de Elias Valiña descansan en la Basílica de Santa María la Real de O’Cebreiro. Muy cerca, a la salida del templo, un busto recuerda le recuerda. Es el lugar en el que quienes su figura (la más unanimemente reconocida en el Camino de Santiago) le rendimos agradecimiento.

Elías Valiña se enamoró del Camino (nació en una aldea de Sarria, así que siempre tuvo contacto con la ruta jacobea) y de O’Cebreiro a donde llegó con 30 años. Elías y cualquiera que transporte algo más que un trozo de carne mientras peregrina. O’ Cebreiro representa la recurrente pero innegable magia de Galicia. Llegar a O’Cebreiro caminando tras hacerlo por territorios tan diferentes por su aridez y llanura como es la mesesta castellana (de la que nos separa poco más de 100 kilómetros) es una de las grandes vivencias del Camino. Haya niebla, luzca el sol, nieve o caiga orballo, O’Cebreiro aparece como un espacio atemporal con una indescifrable energía que te abraza para darte la bienvenida a Galicia. La mayoría de sus edificios de piedra tienen un uso jacobeo (o bien religioso o bien sirven de acogida o de restaurante para los peregrinos).

Como quiera que la perfección no existe, O’Cebreiro tiene sus cositas, principalmente la masificación. Perfectamente evitable, por otro lado. Llegar a O’Cebreiro caminando en los meses de enero o febrero y almorzar un caldo gallego en alguno de los bares del pueblo es como alcanzar el nirvana gallego. Y si hay que hacer el Camino en otras épocas del año, tampoco pasa nada. Dormirás (o lo intentarás) en O’Cebreiro con más de 200 personas, entre los ubicados en albergues y pensiones; pero si todo el mundo se comporta respetuosamente, saldrás de allí valorando el silencio y la paz que proporcionan lugares como éste aunque sea abarrotado de peregrinos.

Ahora toca hablar de Galicia y de su gastronomía, motivo de peregrinación por sí mismo para más de uno. Resumiendo: en Galicia podemos encontrar la mayor variedad y calidad de producto que os podías imaginar. La elaboración también espectacular aunque con algunos de estos alimentos con no cometer ninguna aberración es suficiente. Por citar solo algunos manjares: la ternera y sobre todo el buey (el de verdad, puede resultar prohibitivo de precio, casi al nivel del Buey de Kobe japonés) gallegos, las pollos y demás aves de granja criados en libertad, embutidos propios como el lacón, normalmente acompañado de patatas o grelos, pescados salvajes de todo pelaje, mariscos otro tanto (referencia mundial en este caso al igual que en otros productos). Tenemos verduras propias de Galicia como los grelos, la berza o los pimientos de Padrón a los que se les domesticó el picor hace ya mucho tiempo o los tomates, lechugas o cebollas que pueden venderte las hortelanas en cualquier mercado de abastos. Al igual que fruta como los kiwis, limones, feijoas (de origen tropical), manzanas, peras o ciruelas. Es muy fácil encontrar castañas en los meses otañales. También transformada en mermeladas o almíbares.

La lista de platos típicos es larga larguísima pero mención aparte merece el pulpo a la gallega (sea el alimento que sea, si lleva el apellido a la gallega, os lo servirán con pimentón espolvoreado y aceite de oliva por encima), el plato estrella. Como os venimos recordando, las patatas o cachelos (es lo mismo y se sirven hervidos) se piden aparte. A muchos entrañables «guiris» les provoca grima comerse un bicho así, pero terminan sucumbiendo a ese vicio llamado «cefalópodo». Presenciar la simple elaboración del plato con los perolos de cobre en los que se hierve el pulpo y la mecánica y habilidosa manera de cortarlo con tijeras recién sacado del agua, también tiene su aquel.

Para nuestro gusto, el otro gran plato gallego es el caldo, un invento descomunal y más para nosotros los peregrinos. En cada comarca o cada casa se elabora de distinta forma utilizando alguno, varios o todos estos ingredientes: patata, alubias blancas, grelos (verdura propia de Galicia de tan dificil descripción como un plátano o un tomate. El caso es que amarga un poco), chorizo, jamón, unto (grasa del cerdo conservada en sal y ahumada), costilla, rabo, oreja o cualquier otra parte del gocho conservada de parecida manera al unto. De todo esto puede llevar el caldo gallego. Si te gustan los platos de cuchara y buscas algo que te reconforte del frio y el esfuerzo de caminar kilómetros, es tu comida. Yo he llegado a comerme uno diario durante más de una semana al llegar al Bierzo y continuar hasta Santiago.

Seguimos enumerando platos gallegos como la empanada (con varias opciones de relleno pero con criterio, igual que la piña no pinta nada en un pizza), el raxo (solomillo de cerdo troceado y a veces pimentonado, cocinado a la plancha o frito y acompañado de patatas fritas), zorza (la carne del chorizo cocinada a la plancha; lo que en otras partes de España sería el picadillo) o los callos con garbanzos.

Es muy fácil encontrar asadores en Galicia. Se les conoce como churrasquerías y es otro lujazo para los carnívoros. Por muy poco dinero te puedes poner tibio a chorizo criollo, ternera, cerdo o pollo a la brasa y recien hecho.

El pan gallego merece un capítulo aparte. En Galicia no existe el pan malo, como quien dice. En muchos lugares de España se elaboran buenos panes; la diferencia es que en Galicia (sobre todo en los restaurantes) es muy dificil que no te pongan el pan gallego de hogaza, un manjar por sí mismo.

La marca emblemática de cerveza; Estrella Galicia no solo está buenísima (incluida la sin alcohol y no digamos la 1906 de más cuerpo) sino que ha seguido una estrategia de implantación desde cero en toda España de gran mérito fundamentada en ganar a la competencia (San Miguel, Mahou, Estrella Levante, Cruzcampo) con su producto: una cerveza con sabor y no un aguachirri como nos colaban hasta hace nada el resto de marcas.

También los postres son míticos, como la tarta de Santiago a base de almendras a pesar de que no es un fruto seco propio de Galicia, la tarta de Mondoñedo con frutas confitadas o los almendrados de Allariz.

Los vinos blancos gallegos son de los más afamados de España, principalmente el albariño. El ribeiro, más popular de precio y de consumo, puede ser menos refinado (a veces se presenta turbio) pero es igual de recomendable. A Algunos nos hace ilusión tomarlo en las tascas en las que todavía se sirve en los típicos cuencos o tazas. También es cierto que empiezan a elaborarse ribeiros que no tienen nada que envidiar a los albariños en calidad. Los tintos pueden resultar una excelente elección con denominaciones como Ribera Sacra, Monterrei o Valdeorras. La elaboración del vino siempre fue aparejada en Galicia a la del orujo, un aguardiente que se puede encontrar en la mayoría de bares y que sirve para concluir la comida acompañado del café o incluso dentro del mismo (unas gotas). La siguiente evolución del orujo ha sido añadirle todo tipo de condimentos transformandolo en orujo (licor) de hierbas, licor café o tantos otros.

Este mismo orujo blanco es el ingrediente principal de la queimada. Más que una bebida, es una fiesta en sí misma. Junto al orujo blanco se suele añadir azúcar moreno, cáscara de limón o manzana, granos de café y algún que otro ingrediente. Todo ello se quema para dejar la graduación alcohólica del aguardiente en menos de la mitad (mejor porque hay orujos de 40 a 90 grados). Su elaboración es propia de los meses frios cuando más apetece la queimada, pues sabe a gloria bendita al entonar el cuerpo y el alma. Cuando procede se recita el conjuro y entonces ya que venga otro a describir lo que sucede que yo no soy capaz.

Una última observación: que Galicia sea el paraiso de los amantes del marisco y pescado no quita para que el itinerario gallego del Camino Francés quede bien alejado del mar. O dicho de otra forma, a ningún gallego se le ocurriría irse a a comer pescado a cualquier punto del Francés, incluido Santiago. Eso no quita para puedas encontrar buenos frutos del mar, pero que conste en acta que el más fresco y a buen precio se encuentra en la costa de las provincias de Lugo, A Coruña o Pontevedra. Otro asunto es el pulpo que siempre fue tradición consumirlo en el interior de Galicia. De hecho, la capital «pulpeira» por excelencia, Melide, se encuentra en pleno Camino Francés, a 50 km de Santiago.